... de este año fue la última vez que visité al Gordo. Anduvimos con mi novia dando vueltas por adentro de la Chacarita, ya muy cerca de las 6 de la tarde (horario de cierre del cementerio) sin encontrar su tumba. Tenía noción de dónde estaba, pero muy vaga, apenas recuerdos de aquella vez de hace 4 años cuando le dieron una parcela nueva y hubo un acto por los 10 años de su muerte.
Casi resignado a tener que partir sin encontrarlo, paré el auto en una esquina, ya enfilando hacia la salida. No quería hacer semejante viaje para nada. Y allí, justo al lado nuestro, estaba. Un pasillo de piedras angosto, que comienza en la vereda y se extiende hasta la lápida, me ayudaron a reconocerla. Nos bajamos y simplemente nos sentamos a su lado: sentía que debía estar ahí. Loli me la hizo fácil y no me dijo nada, dejándome en ese momento muy mío. Me reí porque una fila india de hormigas iba y venía, de dentro afuera y viceversa, desde la tumba hasta un árbol cercano. Y me reí porque el Gordo hubiese roto en una carcajada de haber estado allí, de haber visto cómo se formó un hormiguero en su propia tumba.
Al ratito nos levantamos y nos fuimos. Y yo confirmé, en ese momento, que este sería el año en que debía escribir sobre él.
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