jueves, 11 de agosto de 2011

El 29 de enero...

... de este año fue la última vez que visité al Gordo. Anduvimos con mi novia dando vueltas por adentro de la Chacarita, ya muy cerca de las 6 de la tarde (horario de cierre del cementerio) sin encontrar su tumba. Tenía noción de dónde estaba, pero muy vaga, apenas recuerdos de aquella vez de hace 4 años cuando le dieron una parcela nueva y hubo un acto por los 10 años de su muerte.
Casi resignado a tener que partir sin encontrarlo, paré el auto en una esquina, ya enfilando hacia la salida. No quería hacer semejante viaje para nada. Y allí, justo al lado nuestro, estaba. Un pasillo de piedras angosto, que comienza en la vereda y se extiende hasta la lápida, me ayudaron a reconocerla. Nos bajamos y simplemente nos sentamos a su lado: sentía que debía estar ahí. Loli me la hizo fácil y no me dijo nada, dejándome en ese momento muy mío. Me reí porque una fila india de hormigas iba y venía, de dentro afuera y viceversa, desde la tumba hasta un árbol cercano. Y me reí porque el Gordo hubiese roto en una carcajada de haber estado allí, de haber visto cómo se formó un hormiguero en su propia tumba.
Al ratito nos levantamos y nos fuimos. Y yo confirmé, en ese momento, que este sería el año en que debía escribir sobre él.